luns, 25 de outubro de 2021

¿Nos habremos conocido en otra vida?

 - ¿Nos habremos conocido en otra vida?


- No sé, quizás... hay momentos de mi vida y con gente muy concreta con la que he tenido esa sensación.

- ¿Crees que sería posible?

- Probablemente... pero aunque soy una persona bastante racional dice la comunidad científica que la energía no se crea ni se destruye, sólo se transforma. Ya te digo que no soy experta pero si realmente lo que nos hace personas y no trozos de carne con ropa es esa chispa, esa energía, ese no sé qué, el alma dirán las personas creyentes... algo desde luego nos distingue, no sé como explicarlo.

- Creo que sé por donde vas...

- Te pongo un ejemplo, he tenido la desgracia de perder a mi padre por una enfermedad que no viene al caso y yo estaba presente cuando su "chispa" se fue. Su expresión cambió tras la exhalación del último aliento. Estaba allí y en cuestión de un segundo él se había ido y sólo había quedado su cuerpo... No sé explicarlo, si has tenido que presenciar algo similar lo entenderás perfectamente... Es como si fuésemos un huevo y lo que hay dentro nos hace persona pero en ese momento estaba sólo la cáscara. No sé... es algo extraño, triste y bonito a la vez...

- Sé a lo que te refieres.

- Y siguiendo esa línea de pensamiento si realmente lo que hay dentro del huevo es lo que nos hace persona, esa energía nos da la cualidad de vivir y ser humanas, cuando ya no está no ha podido ser destruida, se ha ido a alguna parte o se ha transformado... No lo digo yo, lo dice la comunidad científica, insisto...

- ¿Y nunca has experimentado lo que la gente llama un "dejavú"?, ¿conocer un sitio en el que nunca has estado?, ¿hacer algo nuevo con la sensación de haberlo hecho antes? o ¿conocer a alguien que no conocías y sentir que lo haces desde hace mucho? Puede estar relacionado con esto que me comentas ¿no crees?

- Tal vez, aunque mi parte más racional cree que no pueda ser posible.

- ¿Por qué no le das rienda suelta a tu imaginación y te dejas ir como cuando te pones a escribir cuentos?

- En la vida real me cuesta un poco, cuando escribo estoy delante de una pantalla y nadie me ve.

- Pues haz como Karen en Memorias de África y déjate de llevar, a veces no está de mas y sienta genial.

- Vale, entonces empieza tú con la historia.

- Nos conocimos en otra vida, en el Castro de Baroña... ¡sigue!

- … corría el año 1 A.C, aquella península amurallada contaba con una población bastante limitada, a penas unos cientos de personas vivían allí y yo era una de esas personas, una afortunada. El pequeño poblado situado en aquella península del actual Porto do Son, era un lugar fantástico y acogedor, una muralla nos protegía de posibles amenazas humanas y también de posibles ataques de animales salvajes. Teníamos una forja enorme a la entrada del poblado a que me gustaba ir en los días de más frío, el fuego además de calentarnos los cuerpos nos inspiraba para contar historias al atardecer, era algo mágico, por ello cada vivienda contaba con el suyo propio, pero el de la forja era espectacular. Cuando se metía el sol la puerta del poblado se cerraba a cal y canto para que nadie pudiese entrar o salir del lugar hasta que volvía a amanecer.

Cada mañana al levantar el sol se abría de nuevo la muralla y las mujeres más jóvenes del lugar teníamos que ir a buscar agua para el resto de la comunidad, los hombres salían al mar en pequeñas embarcaciones rudimentarias para pescar y si el tiempo no era lo bastante bueno les tocaba pescar desde las rocas. Las mujeres mayores del poblado se encargaban del cuidado del hogar y de los más pequeños, los niños y las niñas ayudaban en el cuidado de los huertos a los más ancianos del lugar que se encargan de tenerlo a punto para optimizar la producción: arrancar malas hierbas, recolectar hortalizas o regar eran unas de sus muchas labores... El espacio era reducido, el pueblo no podía crecer más allá de la península pues sería imposible defenderlo y teníamos que optimizar el espacio de la mejor manera posible. El número de viviendas era limitado y los huertos no podían crecer sobre el mar, las rocas de aquel lugar nos servían para protegernos del fuerte viento que por momentos arreciaba en los fríos días de invierno.

En una de mis excursiones a por agua conocí a Erea, una mujer joven de un pueblo cercano que iba a por agua a por el manantial a donde acudíamos a diario. Al principio nos limitamos a hacer nuestro trabajo pero con el paso del tiempo comenzamos a hablar, nos caímos bien y conectamos de manera muy natural. Las demás mujeres de mi poblado eran algo más reacias a entablar amistades con extrañas porque se dejaban llevar por los miedos que nuestros ancestros nos habían inculcado a través de leyendas absurdas de mujeres brujas, hombres que se transformaban en lobo y otras historias para no dormir. Yo siempre creí que el ser humano era bueno por naturaleza y confié en poder hablar con gente de poblados cercanos si la ocasión se terciaba. Al llegar al pueblo alguien me acusó ante las autoridades locales de haber dado información sobre nuestra ubicación a gente desconocida, a nuestros enemigos, traté de defenderme sin éxito y me exiliaron. Me prohibieron volver al Castro de por vida y me cerraron la puerta al atardecer, el cielo se ensombreció al mismo tiempo que mi mirada, me dejaron una ración de pan para dos días y algo de cecina para que pudiera comer. Mi alma se rompió en mil pedazos en ese momento y el viento empezó a arreciar, sabía que no podría aguantar mucho a la intemperie, tenía que buscar un refugio pues parecía que una tormenta se avecinaba. Caminé hasta la fuente donde a diario durante tres años acudía a por agua, llené la bota de agua y bebí algo de aquel manantial, me quedé escuchando el sonido del agua correr sentada en una roca durante un buen rato.

No sé cuanto tiempo llevaba allí sentada, cabizbaja, llorando con el corazón en mil pedazos recordando los buenos tiempos en casa, buscando un porqué lógico a aquella situación hasta que un crujido de ramas me hizo levantar la cabeza y mirar a mi alrededor. Me sequé las lágrimas con la mano y traté de buscar qué o quién estaba allí pero al principio no vi nada, luego sonó una voz de entre la maleza. Moví la cabeza a ambos lados y traté de dirigir la mirada hacia el origen de aquella voz conocida, agazapada detrás de un árbol estaba ella, mi amiga Erea. "Tranquila Ula, soy yo. ¿Qué haces aquí tan tarde?" le conté lo que había pasado y que no podía volver al poblado, ella se acercó y me tendió la mano "ven conmigo, se avecina muy mal tiempo y no deberías estar aquí" le ayudé a cargar el agua en las vasijas de barro y la acompañé monte a través. Me llevó a su casa, una rudimentaria casa de piedra, madera y paja donde la esperaba dos niñas preciosas de 12 y 9 años, me las presentó mientras recogía algunas cosas del bancal que tenía a las puertas de la vivienda. Me invitó a sentarme a su mesa, un tocón de árbol que sobresalía de en medio de la vivienda, como asientos unas piedras que lo rodeaban, mientras decía "Gala, Mulán esta es Ula. Ula te presento a mis sobrinas", dejamos las vasijas de agua al lado del fuego, que en esta casa se encontraba en uno de las  paredes laterales. Puso el pote de bronce algo de agua y echó las hortalizas dentro mientras decía "hoy cenaremos sopa", saqué de mi zurrón el trozo de cecina que me habían dejado coger los de mi pueblo y se lo ofrecí, "ten, échale esto si quieres". Erea me contó que en casa no comían carne, que sobrevivían a base de productos vegetales de la zona, desde tubérculos a hortalizas y legumbres que cultivaban ellos mismos. "Esta vez haremos una excepción y tomaremos lo que con agrado nos ofreces" las niñas estaban entusiasmadas y volví a meter la mano en mi equipaje "también tengo pan, ten". "Será nuestra cena sopa vegetal con algo de cecina y pan" dijo la mujer a sus sobrinas "bien" gritaron contentísimas aquellas niñas. "Gracias" murmuré con mirando al fuego mientras Erea preparaba la cena "a ti por venir" respondió ella "puedes quedarte el tiempo que necesites", me emocioné ante aquellas palabras amables.

Pasé aquella noche con aquella familia enternecedora dándole muchas vueltas a la cabeza, me habían abierto las puertas de su casa sin conocerme a penas. Me preguntaba si algún día podría volver a mi amada aldea pero a la vez me sentía en casa con aquella gente, me invitaron a pasar la noche calentita a cobijo de aquella gran tormenta que no tardó en aparecer con lluvia y fuertes vientos, rayos y truenos. Pasaron un par de días hasta que el tiempo se calmó y pudimos salir de casa, las plantas del bancal se habían roto, muchos árboles de la zona habían caído y aquel bosque se había vuelto algo inhóspito de repente, el sol había vuelto a salir y las setas emergían de entre las hojas del suelo, cogimos algunos níscalos y algo de leña y la llevamos a casa, en un hueco elevado entre las pierdas de la pared de casa habían guardado legumbres secas de la temporada pasada, fuera del alcance de los ratones de campo, aquel día comimos guiso de setas y habas. Pasaron los días y yo seguía en aquella casa con muchas preguntas que no me atreví a formular, quería saber qué había sido de los padres de Gala y Mulán, el tiempo me las fue aclarando. Erea me enseñó un monte desde el cual se veía mi antigua aldea, veía gente entrando y saliendo por el día de entre las murallas y me pareció reconocer siluetas familiares, me preguntaba si en algún momento de mi vida podría volver, aunque en el fondo supiera la respuesta. Erea empatizaba mucho con todo ser vivo y sentía tristeza verme mirar el Castro con aquellos ojos encharcados en lágrimas, "si quieres nos mudamos Ula, nos podemos ir al sur y buscar otro lugar" me dijo. No tardamos ni dos días en coger nuestros bártulos e irnos caminando al sur, llevamos lo indispensable para caminar ligeras y las niñas se vinieron con nosotras. Acabamos en lo que ahora se conoce como Facho de Donón, otro castro ubicado en una península esta vez más grande lo que hoy se conoce como O Morrazo, un montículo elevado cerca de los acantilados que miran a las Islas Cíes. Erea, Gala, Mulán y yo formamos una familia atípica para la época pero nos adaptamos al lugar perfectamente, nuestros días como errantes acabaron en aquel lugar. Vivimos y morimos felices, en paz con la tierra y la naturaleza.

Nuestras almas se reencarnaron en personas y en lugares diferentes durante la historia del ser humano, vivieron eras y lugares extraños pero curiosamente volvimos en pleno sigo XXI a nuestra Galicia natal, a vivir como mujeres empoderadas y encontrarnos con almas que antaño se conocieron. FIN

- ¡Qué historia más improvisada y bonita! Me gusta mucho y ojalá fuese cierta... puede que tal vez yo sea Erea y tú Ula.

- Nunca se sabe, a veces las almas escriben cosas que parecen inventadas y que resultan ser una mezcla de experiencias vividas en otras vidas.

- Ojalá fuese así, quien dice escribir también dice pintar... hay quien pinta cosas que no conoce como si las tuviese delante.

- Claro, cualquier forma de expresión puede ser esto... hasta los sueños.

- ¡Sin duda! ¿Y los nombres de dónde los sacas para tus historias?

- Erea de origen celta aunque en griego es un nombre que quiere decir paz y Ula de origen celta también es joya de mar, sin más.