venres, 10 de setembro de 2021

Haciendo el galgo

Haciendo el galgo me paso el día, pues soy un perro de esos que tienen la carita de lápiz, el cuerpo más bien estrecho y una silueta muy característica, soy veloz como el viento y duermo más horas que un gato. La suerte o el destino me ha hecho ser así, dormilón, esvelto, veloz y un animal con una familia que me quiere sin condición y a la que adoro de corazón, como sólo puede adorar un perro.

Hoy soy un perro afortunado, que duerme en caliente, come y bebe a diario y en varias ocasiones, que tiene chuches perrunas de lo mejorcito y que viajo en vacaciones con mi familia para ir con ella a vivir nuevas aventuras. Soy un perro feliz y querido pero te sorprenderá saber que no siempre fue así.

Cuando nací estaba con mi madre y ocho hermanos más en una fría cama de piedra, adornada con jirones de cartón y papel de periódico, vivíamos rodeados de mierda (no hablo de forma metafórica sino literal pues decenas de mojones perrunos nos rodeaban) y escuchábamos ladridos y lamentos de los perros vecinos. Hoy, que veo la tele por las noches, sé que una cárcel hubiese sido mejor y desde luego más higiénica. La celda donde estábamos era pequeña y fría, en los días de lluvia veíamos como infinidad de goteras se colaban entre aquel pseudo tejado, nos echaban de comer de vez en cuando y el agua escaseaba por momentos; los días de sol convertían aquel cubículo en un horno y por ello tres de mis hermanos murieron a los pocos días.

Mi madre nos quería a todos por igual y se puso triste con la pérdida de sus tres hijos, quedamos cinco y vivimos durante días con los cadáveres de mis hermanos al lado nuestra. Al principio no entendíamos porqué ellos no se movían, pensé incluso que estaban dormidos pero cuando entendí lo que había pasado me puse triste con mi madre galga. El humano responsable de aquellas instalaciones en uno de esos días que nos traía desperdicios como comida vino y se encontró el panorama, por suerte sacó aquellos cuerpos inertes, nos repuso agua y mi madre pudo comer algo para seguir amamantándonos, no os lo creeréis pero tuvo la decencia de limpiar un poco la mierda que nos rodeaba. Se marchó farfullando algo que no entendía bien, dijo algo como así:

"De los cinco quizá me sirváis uno o dos si sobrevivís"

Pasaron varios días hasta que aquel humano volvió a traer comida para mi madre, ella luchaba por sacar a sus cinco hijos adelante, nos quería mucho y nos cuidaba como buenamente podía. Ella miraba con ojos brillantes a aquel despojo humano cuando venía, parecía pedir clemencia sobre todo los días que en las jaulas de al lado se escuchaban golpes y quejidos de otros perros. Pasaron algunas semanas y pronto mis hermanos y yo caminamos y empezamos a comer aquella cosa que nos traía el hombre aquel, entonces nos cogió y nos examinó a todos, se llevó a dos diciendo:

"Estos dos valdrán para la caza, del resto nos desharemos"

Cuando dijo eso creo que había alguien con aquel humano pues hubo una respuesta que no tuvo mucho sentido:

"Pero papá, no puedes hacer eso"

Sonaba una voz de chico joven creo que era su hijo:

"Ha sido así siempre así que lo haré"

Por suerte para nosotros esa misma noche aquella voz que replicó a su padre vino a nuestra celda y nos abrió la puerta, hizo lo mismo con las contiguas y dos decenas de perros salieron de aquel lugar por el campo, yo y mis hermanos seguimos a mi madre quien se detuvo un instante para mirar atrás, como agradeciendo aquel gesto al chaval de a penas 14 años.

Nos fuimos y vagamos por campos durante días, cruzamos carreteras y algunos de los perros vecinos se quedaron bajo los neumáticos de algún coche, a mi madre la hirieron por accidente un domingo de temporada de caza y nos refugió en una cueva lejos de lo que había sido nuestra cárcel. Escuchamos voces a lo lejos y disparos:

"Dispara cobarde" decía una voz de hombre demasiado conocida a lo que replicaban "No lo haré" decía otra voz joven y familiar, tiró la escopeta que porteaba mientras el hombre adulto disparaba a un ciervo. Tuvimos suerte y no nos vio, estoy seguro de que nos habría devuelto a la celda donde crecimos. El chaval se alejó de su padre y la casualidad hizo que pasase por las inmediaciones de la caverna donde estábamos refugiados, vio a mi madre herida en una pata y por suerte le hizo unas curas con un pequeño botiquín que llevaba en la mochila.

Acarició a mi madre con sumo cuidado, para no asustarla demasiado y nosotros nos acercamos tímidos. "No tengáis miedo, amigos yo no soy como mi padre" y nos acarició tan suave como a la galga madre, sacó de su mochila un bocadillo enorme y un botellín de agua, nos lo ofreció a trozos y nos dio de beber. Hacía algunos días que no comíamos nada pues la herida de mi madre le impedía salir de la cueva a por alimento para su prole.

"Os ayudaré a encontrar un hogar"

Aquel fue el momento en el que mi suerte cambió junto a la de mi familia, Marcelino (que así se llamaba el chaval) contactó con una asociación de la zona que le ayudó a rescatarnos, nos sacó de la fría cueva y nos llevó a una casa de acogida. Allí conocimos lo que es la calidez de un hogar, los mimos y también algo que no me gusta demasiado pero que entiendo es necesario, las clínicas veterinarias. Nos lavaron, nos quitaron los parásitos y nos alimentaron a diario, teníamos a nuestra disposición agua limpia siempre que queríamos y poco a poco crecimos. El chaval venía a visitarnos dos veces por semana y nos mimaba mucho, para nuestra sorpresa un día apareció con una caja grande donde estaban mis otros dos hermanos, la familia se volvía a reunir otra vez. Le hicieron el mismo protocolo que a nosotros, los lavaron, los desparasitaron y nos juntaron de nuevo.

En una visita a la clínica veterinaria nos pusieron un dispositivo con una aguja que no me gustó nada, cada uno con su chip y una serie de datos que nos vinculaban a la asociación que nos estaba ayudando. Cuando teníamos unos tres meses de edad mis hermanos se fueron de aquella casa de acogida de forma escalonada, sé que cada uno fue a parar a una familia decente donde son tan afortunados como yo. Los últimos en irnos de aquel lugar fuimos mi madre y yo y por suerte nos fuimos juntos a casa de Marta, aquí es desde donde os cuento mi historia.

Esta podría ser la historia de muchos semejantes, víctimas de la caza y de los cazadores, pero una historia con final feliz. Creedme si os digo que muchos de mis semejantes no tienen tanta suerte como nosotros y terminan, como he contado que le ocurrió a alguno de mis vecinos de celda, debajo de las ruedas de los coches... a otros los tirar deliberadamente a barrancos y pozos, los tirotean y los cuelgan del pescuezo en un árbol. Y no quería que esta historia me quedara triste pero mi trayectoria vital y la de mi madre hacen que tenga que hacer mención a estos sucesos que determinados humanos llevan a cabo deliberadamente.

Y como soy de los que cree que incluso de las cosas malas sale algo bueno os diré que mi vida cambió gracias a varios factores:

Marcelino, rompió moldes y no miró a otro lado para lo que su entorno consideraba normal.

Rafa y Lía por tener a toda la familia en acogida y ser su trampolín hacia la felicidad hasta que nos fuimos cada uno a nuestra vida confortable de perro feliz.

A la asociación que ayudó a estas tres personas que inicialmente eran anónimas y se han hecho un nombre para cambiarnos la vida a todos. Si tu también quieres tener un nombre y ser especial para alguien como yo, no lo dudes:

Donde veas maltrato, denuncia, rescata, acoge, adopta, ayúdanos a ayudar a que otras personas puedan ser como yo y se puedan pasar la gran vida HACIENDO EL GALGO (también es extensible a otras razas de perro).


Ningún comentario:

Publicar un comentario