xoves, 29 de novembro de 2018

Amigos comprados. Capítulo I

Recuerdo aquellas navidades en las que me llevaron a casa, yo era a penas un bebé, sin saber cómo ni porqué me había separado de mi madre y me habían metido en una especie de pecera con vistas a la calle, por suerte cuatro de mis hermanos estaban conmigo. Un hombre de unos 40 años entró en la tienda y dio un par de vueltas mirando a todos los animales que estábamos allí, gatos, periquitos, canarios, conejos, peces, hámsters... llegó a la altura de mi pecera y nos miró a los cinco, nos acarició mientras movíamos la colita con la esperanza de que nos sacaran de allí. El primero en ser elegido fue mi hermanito pequeño Pipo, aquel humano lo levantó en brazos (como Rafiky a Simba en El Rey León) y de la emoción no pudo contener su orina, se meó. 

Con un gesto de asco bajó a Pipo y lo soltó de mala manera en la pecera, luego nos miró otra vez. Yo estaba sentado mirando aquella escena e intentando no reirme porque Pipo le había manchado un poco la gabardina a aquel desconocido, moví la cola y gemí. El hombre me sonrió y me cogió en brazos y fue hacia el mostrador:

- Me llevaré este, parece el más civilizado de todos - el dependiente lo miró estrañado y respondió:
- Perfecto, un golden blanco... ¡buena elección!

Me pusieron un collar rojo con unha capa de metal todavía sin grabar, eligieron algunos juguetes y me llevaron de la tienda. Según salíamos miré a la pecera donde quedaban mis hermanos gimoteando, aquella fue la última vez que los vi a todos juntos. Me llevaron a casa en coche, antes de entrar me pusieron un lazo enorme a juego con el collar en el cuello. Me engancharon una correa para que caminase hasta el interior de la vivienda donde vi por primera vez a mi mejor amigo, un niño de unos seis años llamado Bruno.

Entré en aquella enorme casa (para entonces así me lo parecía) medio deslumbrado por las luces de colores que colgaban del árbol, y los adornos... madre mía los adornos, pelotas para jugar, lanzos de los que tirar... sólo pensarlo se me hace la boca agua... Pero, no adelantemos acontecimientos, os estaba contando cómo conocía a mi mejor amigo.

El suelo de aquel sitio era maravilloso, madera calentita (y no la fría baldosa de la tienda) para mis delicadas almohadillas... me pusieron en el suelo del pasillo, al fondo el árbo y en el suelo jugando con un cochecito mi amigo Bruno. Su padre lo llamó pues no se había percatado de nuestra llegada:

- ¡Bruno, Bruno! Mira lo que traje, es tu regalo de cumpleaños - se giró un momento y en cuanto me vió soltó el cochecito con el que estaba jugando, se levantó y corrió hacia mi, yo me quedé parado a medio camino, aún no sabía de qué palo iba este niño.
- No seas tímido, dijo - no sé si por mí o por el pequeño humano - hay que ponerle un nombre...

Al llegar a un metro de mí, Bruno se detuvo a analizarme, se ve que no quería asustarme pero en su rostro vi la alegría y las ganas que tenía de achucharme. Yo me senté moviendo la cola, esperando a que mi nuevo amigo se decidiera a darme unos mimos ladré un poquito de la alegría (porque yo también estaba muy contento de conocerlo) y tímidamente el niño se acercó y suavemente me acarició la cabeza, se agachó y se sentó delante de mi. Yo salté sobre él de la emoción y el abrazo que me dio no lo olvidaré jamás, habíamos conectado. Nos quedamos un buen rato en el pasillo, las caricias y los rasquidos que aquel niño me brindaba eran como estar en el cielo.

- ¡Pupi! - dijo Bruno dirigiéndose a su padre - le llamaremos Pupi.

Se dirigió a mí y me invitó a que lo siguiese, quería enseñarme la casa como buen anfitrión. Yo sólo quería jugar así que perseguía sus pies e intentaba morder sus zapatillas con forma de elefante, me parecían tan simpaticas y tentadoras... Cuando estábamos en el salón me entraron ganas de hacer pis, fui a la alfombra más cercana y me agaché... ¡no podía aguantar más!

- ¡No! Perro malo - me gritó una mujer que acababa de entrar al salón - Eso no se hace ahí - miró a Bruno y dirigiéndose a él:
- ¿Te gusta? Ha sido idea de tu padre...
- ¡Me encanta! Es mi nuevo mejor amigo, se llama Pupi mamá - le contestó.
- Pues ahora debemos educarlo y enseñarle a hacer esas cosas fuera. Llévalo al jardín por si tiene más regalitos escondidos - le sugirió.
- Vale, avísame para merendar

Bruno me llevó al pequeño jardín de la casa, donde se econtraba también el garaje. Allí intentó jugar conmigo con una pelota de fútbol, yo quería morderla pero era demasiado grande. Al rato me trajo una pelota de tenis y me la enseñó, desde aquel momento me hice fan de los juegos con pelotas pequeñas. Bruno me lanzó la pelota cerca, yo intentaba perseguirla, pero me cansaba enseguida y me entraba el sueño. Entre juegos y pequeñas sientas fue transcurriendo mi primera tarde con Bruno... Su madre le llamó para merendar y volvimos al interior de la casa donde me dediqué a explorar mientras mi nuevo amigo se comía un suculento bocadillo de choped. Con la emoción de los juegos me había olvidado de hacer caca en jardín y un apretón muy grande mi invadió el cuerpo, corrí como pude hasta la puerta de entrada y allí "planté mi primer pino" (menuda expresión utilizan los humanos). Esta vez el padre de Bruno me pilló en el asunto:
- ¡No! - gritó con su voz grave - ¡Eso no se hace! - me avergoncé enseguida y me quedé sentado con la cabeza gacha.
- Empezamos bien -dijo la madre desde el otro lado del pasillo- no lleva ni cuatro horas aquí y ya se lo ha hecho en casa dos veces.
- Es un bebé y todavía no sabe dónde tiene que hacer sus necesidades, aprenderá. Esta raza de perro es muy inteligente y buena, ya lo verás - se acercó cariñosamente a ella y la besó. Fue a la cocina a por una bolsa y algo para limpiar mi "regalito".

Volví al salón donde estaba Bruno, no sin antes inspeccionar el árbol de navidad, me parecía muy atractivo toda aquella parafernalia colgada, sobre todo las bolas tal relucientes. Como mi amigo no había terminado de merendar volví al árbol y cogí una de las bolas que estaban a mi altura, no me costó demasiado. La intentaba morder y se me escapaba, no era como la de tenis, era dura y tenía un efecto espejo muy simpático (cada vez que me acercaba para intentar morderla veía mi nariz aumentada y eso me causaba risa). Bruno me vio perseguir aquella bola y empezó a reirse, traté de acercársela para seguir jugando. El padre de Bruno me pilló y me sacó el juguete:
- Con eso no se juega - dijo y me ofreció a cambio un hueso de goma que pitaba al morderlo (un buen cambio). Después se dirigió a su hijo - Bruno, no dejes que el perro juegue con los adornos del árbol, los puede romper y lo que es peor, pueden sentarle mal si se astilla cualquiera de las bolas y se traga un trozo. ¿Vale?
- Entendido - respondió Bruno con la boca llena, se había metido del tirón el último trozo de bocadillo que le quedaba.

Jugamos toda la tarde en el saló y de vez en cuando me sacaban al jardín con el fin de que consiguiera hacer mis necesidades allí. No sería aquel día cuando aprendí que el pis y la caca se hace de la puerta para fuera, pero empezaron a repetirme patrones de comportamiento. Si hacía un pis en casa me decían "no" y me sacaban. Con toda la emoción de aquella tarde ni siquiera había tendio tiempo de pensar en mis hermanos, pero llegó la noche y los humanos se fueron a dormir. Yo me quedé en lo quera mi nueva cama en la cocina y me entraron ganas de llorar.

Lloraba porque ahora estaba sólo, porque pensaba en mis hermanos que se habían quedado en la tienda, porque echaba de menos a mi madre y porque ahora Bruno no estaba conmigo. Habían apagado todas las luces y cerrado algunas puertas de la casa, yo tenía miedo... deambulé a oscuras por el lugar y  lloré cada vez más alto, en la cocina el suelo estaba frío era de baldosa como el de la tienda aquella de la que venía... Si me tumbaba en el suelo me daba frío en la barriga así que me fui a mi camita donde seguí llorando. Escuché un ruido, una puerta parece haberse abierto y una luz se encendió (pude verlo por la ranura de la puerta), unos pasos se acercaban y alguien abrió:
- ¡Shhhh! Calla - dijo la voz de mi amigo Bruno entre susurros - ¡Ven conmigo!
Perseguí sus pies hasta su habitación, me ayudó a subirme a su cama y se metió en ella. Yo me quedé encima del edredón al lado de su cara, con mi cabeza en aquela almohada tan cómoda, gemí un poco en señal de agradecimiento y él me abrazó. Nos quedamos dormidos enseguida. Ahora sí que estaba a gusto, el miedo se había ido y las ganas de llorar también. Seguía pensando en mis hermanos y en lo que echaba de menos a mi madre pero por lo menos tenía un amigo y eso me consolaba.

Aquella fue la primera noche que dormí con Bruno, después se convertiría en algo habitual. Pasaron los días y la familia vino a cenar en navidad, los primos de Bruno jugaron mucho conmigo y parece ser que a algún adulto no le gusté demasiado. Yo intentaba poner siempre mi mejor cara y ser entrañable, a veces me sentaba y ponía mi cabeza de lado mirando a los humanos que nos visitaban (eso causaba sensación en la mayoría de la gente)... Pasaron aquellas fechas navideñas, después llegó el caranaval (vaya sustos con algunos disfraces), y Semana Santa. Yo crecía a pasos agigantados...

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