domingo, 2 de decembro de 2018

Amigos Comprados. Capítulo II

Me gustaba mucho ir en el coche con mi familia y en aquella primeras vacaciones de Semana Santa nos fuimos de vacaciones a casa de la abuela, allí no podía dormir en la cama con Bruno y me dejaban en una caseta donde estaban las herramientas del jardín (que poco me gustaba aquel lugar). Las noches en casa de la abuela no gustaban, me pasaba gran parte del tiempo llorando y gimoteando para ver si alguien venía a rescatarme y llevarme a su cama pero como estaba alejada de la casa y alrededor no había muchos vecinos (era una casa de campo en el medio de no se sabe) podía aullar que nadie vendría a sacarme de allí. Por suerte los días eran más agradables, todo el día en el exterior, en el campo, en el monte... me lo pasaba pipa correteando con mi amigo Bruno o detrás de una mariposa, cualquier excusa era buena para ejercitarse. Pronto comprendí que si por el día corría mucho y me cansaba por la noche me quedaría dormido como un tronco y la estancia en la caseta de las herramientas parecería más corta.

Fue pasando el tiempo y yo crecí, aprendí todas las reglas de casa y ya no hacía "mis cositas" en casa, causé algún desperfecto en casa (algún cojín explotado, algún que otro zapato roído, peluches...) pero Bruno se reía con mis trastadas, a sus padres no le hacía mucha gracia y yo ponía mi carita de "ha sido un accidente" (sentado, cabeza gacha, mirada perdida y gimoteo de perdón). Salía dos veces al día a dar un paseo por el barrio pero me encataba ir al parque donde veía a los otros amigos de Bruno, todos querían darme mimos y se turnaban para lanzarme la pelota... Era maravilloso y cada vez que íbamos allí llegaba a casa agotado...

Pasaron los meses y el verano llegó, a Bruno lo mandaron a un campamento y yo me quedé en casa con sus padres. Ellos eran unos adultos bastante ocupados y me sacaban una vez al día a pasear, el resto del tiempo me lo pasé en el jardín donde jugaba yo sólo con las pelotas de tenis que me habían dejado  a veces alguna mariposa deambulaba por allí y yo la perseguía. Era lo que se dice un perro feliz aunque echara de menos a mi mejor amigo, sólo fueron tres semanas pero a mí me pareció una eternidad. Esos días entre mariposas y pelotas traté de hacer algún agujero en el jardín, la bronca que me calló no os la podéis imaginar, pero la técnica de la carita de "ha sido un accidente" cada vez surtía menos efecto en el padre de Bruno. Un día me dio en el culo con un periódico, el dolor no fue demasiado pero el ruido del golpe me asustó mucho... me fui a al porche de la casa y me quedé pensando en el agujero que había hecho... ¡echaba tanto de menos a Bruno! Cuando él no estaba no me llevaban al parque a correr con los amigos y no jugaban conmigo a la pelota, aunque trataba de entretenerme, por momemtos me aburría.

Burno llegó del campamento con un brazo en cabestrillo, se ve que una mala caída le había fracturado un hueso y el médico le había puesto aquel tinglado para llevar el brazo pegado al cuerpo. Corrí hacia mi amigo con alegría y él corrió hacia mí, me abrazó y me sentí feliz otra vez. Nos dirigimos al interior de la casa y para mi sorpresa los padres de Bruno no me dejaron entrar:

- A partir de ahora Pupi dormirá en el jardín, se ha estado portando mal en casa y destrozando varios de mis zapatos de piel - dijo el padre a Bruno:
- ¡Nooo! - exclamó mi amigo - No puedes hacerle eso, Pupi es mi amigo y compañero - se giró hacia la madre y le dijo - ¿Puede seguir durmiendo en casa mi perrito?
- Bueno, dejémosle hoy y a ver cómo se porta - dijo buscando un gesto de aprobación en su marido que no puso muy buena cara.

Por fin dentro otra vez, deambulé por la casa siguiendo a mi amigo Bruno. Él se sentó en el sofá y miró extrañado un paquete con papel de regalo que estaba sobre la mesa.

- Mamá, ¿y esto? - preguntó señalando aquel regalo - ¿De quién es?
- Es tuyo, por tu caída y por lo bien que te has portado en el campamento - y le guiñó un ojo en gesto de complicidad.

Bruno se bajó del sofá y yo me acerqué a olisquear aquello, no me daba buena espina pero mi amigo estaba emocionado. Como buenamente pudo y con una mano abrió aquel paquete:

- ¡Una tablet! Justo lo que quería - gritó emocionado, empezó a corretear al rededor de la mesa y a saltar en el sofá - Una tablet, una tablet.... - Me lo enseñó como si yo comprendiera lo que era aquello y lo miré ladeando la cabeza. - ¿Podemos abrila? ¿Podemos abrirla? - la emoción era enorme y yo me contagié, cogí el lazo del regalo y empecé  dar vueltas a la mesa mientras Bruno saltaba en el sofá.

- ¡Ya vale! - gritó el padre - Puedes abrirla pero relájate, mira como se ha puesto el perro de alterado - se giró hacia mí y me gritó más fuerte - ¡Quieto ya! ¡A tu sitio! - y con la cabeza gacha sin dudar un momento me fui a tumbar a mi cama.

Me quedé mirando como padre e hijo desempaquetaban la dichosa tablet. Bruno estaba emocionado, y en cuanto tuvieron lista la tablet se sentó en el sofá y se puso a jugar. Después de un rato sin seprar la vista de aquel objeto tecnológico me acerque a Bruno despacio, su padre había ido al despacho a seguir con sus informes y la madre estaba leyendo. Puse mi cabeza en el regazo de Bruno que seguía concentrado en la pantalla, para mi sorpresa me apartó con la pierna. Volví a intentar llamar su atención, fui a por mi hueso de goma y se lo puse en el sofá, él ni lo miró. La maldita tablet había absorvido toda la atención de mi amigo así que me fui con el hueso a otra parte, se lo llevé a mi lectora favorita y se lo dejé a los pies, me senté delante y gemí suavemente para que apartara su vista del libro, me miró y sonrió. Se sumergió de nuevo en la lectura y yo le acerqué más el hueso hacia sus pies y volví a gemir, Lidia (que así se llamaba la madre de Bruno) apartó el libro, marcó la hoja en la que estaba y levantó, abrió la puerta y lanzó el hueso al jardín. Salí corriendo tras el y para mi sorpresa a la vuelta me topé con la puerta de casa cerrada, traté de arrañarla y gimotear para pedir que me abrieran pero no tuve éxito. Me quedé en la cama del porche de la casa mirando al infinito con mi hueso de goma entre las patas.

Anocheció y nadie pareció percatarse de que yo estaba fuera de casa, traté de llamar la atención de los humanos rascando la puerta y gimoteando pero nadie abrió. Resignado di unas vueltas por el jardín, miré al lugar donde días antes había hecho un agujero enorme que ahora estaba tapado con tierra, ladré un rato y corrí haciendo círculos para entretenerme. Empezaba a tener hambre y recordé que había escondido un hueso en la esquina de la puerta trasera del jardín, fui hasta allí y para mi sorpresa alguien se había olvidado de cerrar. Me aventuré a salir de casa de mis dueños, merodeé por el barrio pero no me encontré con ningún humano (debe ser que le tienen miedo a la oscuridad y no salen al ponerse el sol). En mi paseo por el barrio me despisté y perdí la noción del tiempo y de la ubicación, sin querer aparecí en el parque donde Bruno y sus amigos jugaban siempre conmigo pero al ser de noche no hay ni un alma. Continué paseando sin mirar atrás, temeroso de las cosas que me deparaba esta villa...

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